Juan J. Prat Ferrer
Universidad SEK
El siglo XVIII, llamado Siglo de las Luces, representa en Europa un periodo de gran avance para el pensamiento científico y filosófico. El triunfo de la Razón fue el resultado de una especie de revolución intelectual liderada por Francia. Este país acabó por imponer su propia visión del mundo a las naciones que se fueron sometiendo a su dominio, no solo el político, resultado del imperio napoleónico, sino especialmente, el cultural, de mucho mayor alcance.
Los intelectuales europeos durante siglos habían deseado con cierta nostalgia la unidad que este continente disfrutó bajo el Imperio Romano, y frente a la disgregación en naciones independientes tras las invasiones bárbaras, perduró la unión de los intelectuales, que siguieron usando el latín como la lengua de la alta cultura. Los ideales de libertad, igualdad y fraternidad y el culto a la diosa Razón se convirtieron entonces en el estandarte de un nuevo espíritu internacional, pero esta vez el movimiento lo lideraba Francia y no Roma.
Las causas de este movimiento fueron varias, pero una de ellas, que merece la pena que la destaque, aquí fue industrial. En el siglo XVIII los fabricantes europeos desarrollaron una técnica de producción de papel que era a la vez económica y eficaz; como consecuencia, se empezó a fabricar un material mucho más duradero y económico. Esto permitió que los escritores abandonaran la costumbre de escribir poco diciendo mucho para ahorrar papel; ahora el autor se podía extender en sus descripciones y explicaciones, ya que dejaban de existir los impedimentos técnicos y económicos que lo forzaban a economizar la palabra. Sin duda la comunicación y transmisión del saber ganó con ello. Una consecuencia de este cambio tecnológico fue que se empezaron a tratar temas que antes no habían tenido cabida en el mundo de la imprenta. Ahora, con libros más baratos, el mercado se ampliaba. También se empezaron a poner por escrito textos que hasta entonces habían pertenecido casi exclusivamente a la oralidad. Ejemplo de esto son las baladas que se comenzaron a publicar por toda Europa. Apareció, pues, por esta época una gran cantidad de libros, panfletos y pliegos sueltos dedicados al entretenimiento y que estaban tomados muchas veces de la tradición oral. El mundo de la imprenta comenzaba a dirigir su atención a clases cada vez menos eruditas, y dejaba de ofrecer sus productos exclusivamente a los miembros de la “alta cultura”.
En el siglo XVIII, por otra parte, el saber, la razón, o los conocimientos no se conciben ya como adorno de la persona; esta forma de pensar, típica de los siglos anterioores, ha caducado, y la visión ahora es la de una inteligencia puesta al servicio de un conocimiento más crítico e independiente que rechaza los prejuicios, las ideas recibidas y todas las formas de pensamiento místico como una forma de superstición. Se siente en esta época que la humanidad avanza gracias al ejercicio de la razón. Así es como nace la idea de progreso, que tanta importancia ha tenido en nuestras sociedades a partir de entonces. Gracias a la influencia de la diosa Razón, se predica la tolerancia, se cultiva la filosofía, se rechazan los dogmas, se habla de libertad y, en fin, se recomiendan actitudes “razonables”. Este pensamiento se volverá enseguida en contra de las ideologías impuestas desde arriba y de instituciones tales como la Iglesia. Los librepensadores eran, pues, partidarios de una moral sin religión.
El intelectual del siglo XVIII creía que la clase media urbana era la portadora de la capacidad de razonar; gracias a la educación recibida, podía elegir sus creencias y sus tradiciones con libertad; esto hacía que se desarrollara en ella el pensamiento crítico y el individualismo. Los que componían el pueblo rural, el vulgo, el folk, eran en cambio los depositarios de una tradición a la cual estaban atados, y su falta de desarrollo intelectual no les permitía gozar de la libertad de concebir, y por tanto de elegir, otras opciones; formaban, pues a los ojos de los intelectuales urbanos, una masa indiferenciada en la que el individualismo no tenía cabida. Los miembros de la clase media educada pensaban que la vida mental del pueblo llano estaba inmersa en el error, mientras que ellos gozaban de las luces de la razón. Era esta una época en la que el ochenta por ciento de la población estaba formado por campesinos analfabetos.
A este movimiento ilustrado, liderado por los intelectuales franceses, que lo extendieron por Europa formando las bases para una nueva intelectualidad de carácter internacional, se opusieron los partidarios del orden establecido en cada país; estos consideraban que los librepensadores eran unos radicales cuya labor destruía las ideas políticas, nacionales y religiosas que daban carácter a cada país. Para los que se oponían a la dominación cultural de los racionalistas y librepensadores no podía haber moral sin religión. Las crueles consecuencias de la Revolución Francesa y la desestabilización ocasionada por las invasiones napoleónicas asestaron un duro golpe a este movimiento en toda Europa. Varios países, entre ellos España, organizaron movimientos contrarios a la expansión militar, política y cultural de Francia y se empezó a considerar que el ilustrado era un afrancesado y por tanto un ser peligroso para la estabilidad social, y que se podía someter a persecución política.
En la Alemania de la segunda mitad del siglo XVIII se empezó a fraguar un pensamiento en que se aunaba la ciencia y la historia con la preocupación social, política y económica. Por esta época empezaron a oírse voces que reclamaban, cada vez con más fuerza, una identidad común para todos los alemanes. La situación en Alemania era muy diferente a la de países como Francia, Inglaterra, España o Rusia, unificados desde hacía tiempo. En Alemania, como en Suiza y, en menor medida, en Italia, coexistían pueblos distintos, con lenguas muy diversas, con una honda división religiosa, pero todos ellas sometidos a gobiernos que pretendían gobernarlos como a uno solo.
Fue a partir de entonces cuando se empezó a estudiar con mayor rigor científico las fuerzas que mueven las culturas y, en consecuencia a mirar al pueblo llano, es decir, al campesinado, con más interés y simpatía. Frente a las ideas ilustradas, y a veces conviviendo con ellas, se desarrollaron otras que anunciaban una forma más idealista de percibir la realidad, lo que poco después se plasmaría en el movimiento romántico, en el nacionalismo y en las ideas positivistas. Los jóvenes intelectuales alemanes de esta época daban importancia a la subjetividad, y se fijaban en la inquietud y desasosiego que el europeo civilizado siente en su sociedad; de ahí que dieran importancia al genio personal, que exaltaran la juventud y que predicaran la rebelión contra las convenciones sociales. Se entusiasmaban con lo natural y rechazaban las reglas de la razón que los ilustrados defendían.
El pensador alemán Johan Gottfried von Herder (1744-1803), cuya obra intelectual ocupa el último cuarto del siglo XVIII, fue uno de los que reaccionó vivamente en contra del dominio francés en las artes y en la cultura de su país, e instaba a que se recuperara la cultura nacional alemana, que él consideraba en franca decadencia ante el ímpetu de la moda francesa. Herder quería que, como cura a esta enfermedad, se inyectaran en la tradición cultural alemana las gloriosas tradiciones antiguas germánicas, en especial las poéticas, que el pueblo conservaba. Herder seguía en esto a su maestro Johann Georg Hamann (1730-1788), apodado El Mago del Norte, que había realizado una defensa a ultranza del genio de la producción popular.
El pensamiento de Herder sobre la cultura no se produce en un vacío intelectual; se acerca mucho a las ideas que desarrolló el napolitano Giambattista Vico (1688-1744), que murió precisamente el mismo año en que nació nuestro pensador alemán. Vico opinaba que es mucho más fácil comprender las obras humanas que las de Dios, dicho de otro modo: el conocimiento de la cultura es más accesible a la mente humana que el conocimiento de la naturaleza, puesto que el hombre no es un mero observador, sino que es creador y partícipe de su cultura. Vico ideó una ciencia nueva que se ocupaba del desarrollo cultural humano, y la llamó así, “Ciencia Nueva”. Herder también refleja la influencia del francés Jean Jacques Rousseau (1712-1778), unos treinta años más viejo que él. Rousseau afirmaba que antes de que se desarrollaran las artes y las ciencias, las costumbres y los valores sociales habían estado en armonía con la naturaleza humana, pero estas costumbres y valores se habían pervertido al llegar la civilización moderna, pues esta, en vez de ajustarse a los parámetros de la naturaleza humana, como había ocurrido hasta entonces, imponía al hombre un patrón cada vez más uniforme que obligaba a todos a conformarse, lo cual causaba un gran daño pues no somos iguales. Rousseau predicaba una vuelta a la naturaleza.
Entre 1767 Herder terminó de publicar un libro titulado Fragmentos sobre la nueva literatura alemana; en esta obra distinguió entre lenguaje científico y lenguaje poético; uno servía a la razón, mientras que el otro nacía del alma. Herder expresó su convicción de que la poesía popular era la expresión más genuina del carácter de un pueblo, y atacó el culto que se daba en Alemania a las otras lenguas y literaturas, en especial la francesa, despreciando la suya propia.
En 1772 Herder escribió un libro que tituló Sobre el origen de la lengua. En esta obra afirma que la definición del hombre como animal racional no es totalmente válida. Él pensaba que el ser humano no es un animal al que alguna divinidad le hubiera impuesto la capacidad de razonar, sino algo muy diferente: Es su capacidad de hablar lo que hace en verdad diferente al hombre, y en esta capacidad de hablar se sintetiza la naturaleza perceptiva, cognitiva y volitiva del ser humano, es decir su forma de sentir, de pensar y de querer, y lo convierte en un ser capaz de reflexionar sobre sí mismo.
Gracias a esta capacidad de hablar, los seres humanos se comunican y crean la cultura, y por eso Herder afirmaba que no hay pueblo sin cultura. Por eso, aplicar la cultura europea a los demás pueblos, como se venía haciendo desde la época de los descubrimeintos hacía más de doscientos años, es un sinsentido, ya que cada cultura es válida en sí y por sí misma. Sin embargo, Herder decía que las culturas no son necesariamente armónicas. En ellas hay tensiones que causan cambios en ellas. Las culturas se componen de subculturas (las nacionales de regionales, las regionales de comunitarias, las comunitarias de familiares) y estas subculturas son capaces de ejercer su propia influencia, creando tensiones e incluso divisiones. Herder decía que la cultura no es solo lo mental o lo espiritual; lo material, los artefactos, son también parte de ella. Para Herder la cultura abarca todas las actividades humanas, no solo las mentales.
En esta obra, Herder expresa su opinión de que en el comienzo de la humanidad, lengua y poesía eran una misma cosa; la primera expresión del ser humano fue sin duda un intento de nombrar las cosas por medio del pensamiento poético. De hecho la poesía es una necesidad inherente al ser humano, y la expresión más espontánea de los pueblos son siempre sus cantos populares.
Dos años más tarde, en 1774, Herder escribe un libro titulado Otra filosofía de la Historia. En él ataca con dureza la sociedad contemporánea. Para Herder, la civilización (y en ese tiempo solo era civilización la europea) solo afecta a una sección mínima del planeta, y si comparamos la parte civilizada con la otra, vemos que en la primera se encuentran graves fallos. La civilización fuerza a los hombres a trabajar en minas y en fábricas en condiciones deplorables; la civilización amontona a la gente en grandes ciudades donde la energía cultural humana se desgasta. La mecanización del trabajo produce la alineación del ser humano. El campesino emigrado para trabajar en los núcleos urbanos pierde sus raíces. La cultura urbana de esta época era, pues, una cultura de papel, hecha para los eruditos a partir de abstracciones que lo alejaban de la realidad y que al final no son más que engaños.
La dicotomía de progreso frente a retroceso en el desarrollo humano ya había sido establecida por los arqueólogos, que buscaban los restos fósiles como prueba de la evolución humana, y evolución equivalía a progreso. Pero muchos siglos antes, el historiador árabe del siglo XIV, Ibn Jaldún (1332-1406), había estudiado los procesos de ascenso y decadencia de los pueblos teniendo en cuenta factores geográficos, medioambientales y económicos. Más adelante, hacia el primer tercio del siglo XVIII, Montesquieu, en su libro titulado Consideraciones sobre las causas de la grandeza de los romanos y de su decadencia (1734), había buscado en la naturaleza física y en la moral las causas de la caída del Imperio Romano. De este tipo de pensamiento surge la idea de que las clases altas entran en decadencia debido al lujo de las vidas de sus miembros. Algo parecido estaba ocurriendo en la Alemania de Herder.
En un libro publicado entre 1784 y 1791, Ideas para una filosofía de la Historia de la humanidad, Herder afirma que el hombre es el único ser capaz de elegir entre alternativas después de haber sopesado las posibilidades. La conciencia de sus imperfecciones y su capacidad de actuar libremente son las condiciones que permiten que surjan las culturas. En esta obra clave, el sabio alemán afirma que la naturaleza influye en la ocupación de la gente, que opta por dedicarse a la ganadería, a la agricultura o a la pesca según las condiciones de la región que habitara. Esta ocupación va definiendo las costumbres y el carácter de los pueblos. Por otra parte, los mares, ríos y montañas son barreras que separan a las gentes y a unas culturas de otras. Por eso es que existen culturas nacionales, que son el bien patrimonial de cada pueblo. El clima es otro factor que influye en el carácter de los pueblos, como se puede ver en las diferencias entre las culturas nórdicas y las meridionales.
Herder también afirmaba que los factores que sirvieron para que se formara una identidad colectiva, a saber, la lengua, los símbolos, los valores y las costumbres que los miembros de cada comunidad comparten tienen mucha más fuerza que los factores geoclimáticos. La naturaleza influye, pero no determina. Herder se dio cuenta de que los productos irracionales, es decir los que no se sujetan a las leyes de la razón, son elementos muy importantes en las culturas. Por eso consideraba que los mitos, las leyendas y las supersticiones no eran aberraciones indignas de la atención del hombre culto. De hecho, Herder se fijó en que los mitos y los ritos son elementos culturales autónomos; algunos mitos o ritos pueden estar relacionados con instituciones y prácticas económicas o políticas en cierto momento de la historia de un pueblo, pero cuando las circunstancias cambian y las instituciones o estructuras en donde estaban insertos dejan de existir, estos mitos o ritos se suelen mantener vivos, pues no les deben la existencia, el origen o el significado a estas estructuras. Intentar suprimir las creencias y los ritos y mitos creyendo que con ello se cambian las instituciones sociales es, en consecuencia, un engaño. En esto, el pensamiento de Herder se opone al que años después propondrá Karl Marx.
El principio de tratar cada manifestación cultural como un elemento autónomo, aunque estuviera integrado en la cultura y relacionado con los demás elementos, implicaba que las culturas no tenían un origen único, sino que se iban formando debido a causas múltiples. Esta fue una idea que daría interesantes frutos con el desarrollo de las ciencias sociales.
Herder consideraba al pueblo (en alemán das Volk) como un organismo. Sus componentes, las células de este organismo, no podían tener una vida independiente; la totalidad estaba representada por el organismo y no por las células individuales que lo componen. Para Herder, la cultura folclórica surge de una masa humana indiferenciada que se oponía al individualismo de la clase culta, burguesa y racional. El pueblo se parecía más a un organismo natural, compacto, que a un conjunto de individuos que ejercían su poder de razonar.
En su concepto de pueblo, Herder unía la idea de nación a la de campesinado. Volk eran los grupos de personas o las comunidades cuyas tendencias naturales e innatas se habían desarrollado sin que en ellas hubiera influido la civilización, que es un producto urbano. Herder introdujo la noción de Volkgeist, que traducido como “alma del pueblo” o también “espíritu nacional”, tanto influiría en el pensamiento europeo hasta mediados del siglo XX. Para Herder los cantos y relatos tradicionales nacen del alma del pueblo, que se manifiesta también en sus creencias y tradiciones.
Herder consideraba que el peor daño que se le podía hacer a un pueblo era robarle su carácter nacional. En su interés por dar nueva vida al pueblo alemán, en sus días dividido y contaminado, citaba a Tácito, escritor romano de finales del primer siglo, que hizo la primera descripción de los germanos. Aparecían formando un pueblo único y distinto que no se había adulterado mezclándose con otras razas, ni habían sufrido la mezcla que supone inmigración. Herder comparaba a los antiguos germanos con los alemanes de su tiempo y veía que su pueblo había sacrificado su identidad; el alemán era el pueblo con menos carácter nacional de toda Europa. Consideraba también monstruoso que hubiera imperios que juntaran pueblos y etnias diferentes bajo un mismo cetro y una misma ley; él era partidario de que cada pueblo tuviera su propio gobierno de acuerdo a sus tradiciones y características. Herder decía también que los judíos eran un ejemplo de pueblo que nunca había perdido su carácter nacional.
En su lucha por recuperar la identidad alemana, Herder trató de revivir lo que él llamaba “la edad poética de la raza”, esa edad anterior en que Alemania estaba mucho más cerca de su esencia como nación. Opinaba que la poesía era la manifestación artística que mejor reflejaba el alma de un pueblo y por tanto constituía la forma primordial de la literatura. Vico y Montesquieu ya habían dicho que la poesía consiste en un habla emocional, no racional, que expresa los sentimientos del alma de las gentes. Las ideas nebulosas de la poesía son más poderosas que las que aporta la ciencia. Pero en el último tercio del siglo XVIII, la aristocracia y las clases intelectuales se encontraban contaminadas por el clasicismo francés, y habían dejado de comportarse como verdaderos alemanes, olvidando sus tradiciones. Herder no encontraría lo que buscaba en estos estamentos; era preciso buscar las raíces del alma del pueblo alemán en el Volk, el campesinado, cuyas tradiciones se mantenían intactas.
Entre 1774 y 1778 Herder se dedicó a recoger cantos populares de diversas fuentes, acción que consideraba un deber patriótico. Entre 1778 y 1779 publicó una colección que tituló Canciones populares: La voz de las naciones en cantos. Era la primera vez que se usaba la palabra Volkslied, vocablo que se adaptó al inglés produciendo el término folksong y al español y otras lenguas romances, que lo tradujeron como chanson populaire o canzone popolare o “canción popular”.
Herder, que consideraba la poesía como la primera lengua de la raza humana, llamó a los cantos populares “el archivo de los pueblos” porque creía que las más antiguas memorias de la humanidad se hallaban guardadas en estas manifestaciones artísticas. En esta colección Herder va más allá del nacionalismo alemán, pues reunió todos los cantos que pudo de un gran número de pueblos diversos. Siguiendo a su maestro Hamann, el Mago del Norte, formuló un concepto de lo primitivo y de lo popular en el que incluía la idea de lo natural y la de lo espontáneo. La poesía popular antigua era la expresión natural y espontánea de un pueblo. El alma del pueblo se articulaba en sus cantos, y la poesía a la vez reflejaba las costumbres del pueblo e influía en ellos. Esta situación duró hasta el Renacimiento en que la poesía se dividió en poesía culta y poesía popular. Solo la popular retuvo esta característica de reflejar el alma del pueblo, ya que se transmitía de forma natural, por vía oral y por lo general tenía una función social en la comunidad; la poesía culta, que no tenía ninguna función social, se percibía con los ojos, en solitario y por lo general ya no se componía para ser cantada.
Herder, pues, distinguía entre cultura popular y cultura erudita, y es en su cultura popular donde reside el carácter de los pueblos, que se conoce mejor cuando se encuentra en su estado bárbaro. Herder mantenía que no se llega a conocer un pueblo si solo se examina de él su repertorio de obras cultas o eruditas. Es en lo popular, y más aún en la poesía popular donde reside la verdadera alma de los pueblos.
A partir de Herder se desarrolla una analogía que separa el pensamiento romántico del pensamiento ilustrado: la dicotomía mecanismo-organismo. Lo orgánico representaba lo vivo, lo natural y lo autónomo y por tanto se cargaba de un significado positivo, mientras que lo mecánico era lo racional, lo determinado, lo artificial y carente de vida, y tenía connotaciones negativas. Esta valoración de lo orgánico estaba muy unida a la exaltación de la naturaleza, muy característica del movimiento romántico. El concepto racional y mecanicista que los ilustrados tenían de las culturas propugnaba que estas procedían de una mente directriz: los románticos, en cambio, afirmaban su semejanza con las leyes naturales. Esta contraposición entre natura y cultura toma en estos tiempos un sesgo que se ha mantenido hasta nuestros días: la cultura oficial y elitista, que se expresa por escrito, deja de ser objeto de culto como emanación de una Razón divinizada y pasa a ser un producto artificial de lo urbano; lo tradicional, lo rural y la oralidad se equipara a lo natural.
A los pensadores románticos, el pensamiento ilustrado les parecía demasiado estrecho por su tendencia a ser lógico y matemático y por querer sujetar toda la vida a la razón, y por tanto la encorsetaba en un modelo mecánico. El arte neoclásico imponía también reglas muy estrictas al arte y el empirismo escéptico o esa forma de razonar basada solo en la razón y en la duda metódica limitaba el conocimiento del universo tan solo a lo que podía ser captado por los sentidos. La reacción romántica suponía una liberación de todas estas ataduras. Y sin embargo, el movimiento romántico había nacido de la propia Ilustración; la heterodoxia surgió de las dudas de los pensadores y la idea de progreso fue la que hizo que el pensamiento tendiese a la imaginación de lo infinito.
Gracias a la influencia de Herder comenzó a recolectarse la poesía popular, primero en Alemania, y luego en el resto de Europa. De la poesía se pasó a la recolección de cuentos y leyendas y después, de todo tipo de folclore.
El inicio de la folklorística como disciplina se ve marcado por una búsqueda de un pasado que valide el presente. Si en la época anterior esta búsqueda se orientaba hacia el glorioso pasado clásico, símbolo de unidad y de internacionalismo, o en las Sagradas Escrituras y la tradición apostólica, ahora la búsqueda se orienta al origen de los pueblos, que es donde se encontrarán las características que sirven para darles su auténtica identidad, el conjunto de características que han servido para definirlos a lo largo de la historia. Se abandona, pues la búsqueda del pasado clásico, que solo podía llevar a un internacionalismo contra el que se estaba reaccionando y comienzan los estudios de las culturas anteriores y posteriores a esta etapa histórica: el pasado celta o germánico y la época medieval. Todo ello recordado por el pueblo llano en sus tradiciones orales. La identidad nacional deja de ejercerla un centro hegemónico, que solía coincidir con la capital política y empiezan a tomar cada vez mayor importancia las regiones periféricas.
El movimiento romántico europeo y el pensamiento nacionalista, cuyas raíces se pueden encontrar en Herder, dan así un gran impulso al estudio de la cultura popular. Es en las culturas regionales, a veces las más apartadas de la cultura impuesta como modelo y patrón, y en los dialectos y lenguas alejados de la lengua oficial donde los investigadores de las culturas populares comienzan su labor. De la misma manera, es en las tradiciones de clases populares, del campesinado, donde el hombre erudito, el intelectual urbano, busca las raíces de su propia identidad.
miércoles, 7 de marzo de 2007
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2 comentarios:
Estoy revisando Hacia una sociología de la cultura de Raymond Williams y este trabajo tuyo, me fue de mucha utilidad para entender el término culturas. Agradezco que compartas esta información.
Buen artículo.
Muchas gracias.
Me ha sido muy útil para no tener que revolver mi biblioteca en busca de antiguas lecturas.
No sé si puede interesarle, pero he llegado aquí leyendo este artículo sobre nacionalismo gallego y portugués.
http://www.penelope.ics.ul.pt/indices/penelope_11/11_09_XSeixas.pdf
Gracias de nuevo por su cuidada producción bloguera.
Se agradece porque el rigor no es, ni mucho menos, universal en este medio.
Un saludo.
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