*Denominación en trámite

miércoles, 19 de diciembre de 2007

Presentación del CD De Crescencio herencia de un dulzainero



Disco homenaje al Maestro Dulzainero Mayor de Santa María la Real de Nieva Crescencio Martín (1917-2001)

Han intervennido en este disco los dulzaineros Esteban martín Tejedor, Roberto Valle Olalla, Miguel Lázaro Martínez y Raúl Domínguez García; los tamborileros Santos Domínguez de Andrés, Flaviano Hernández Antón, Manuel maría Martín tejedor y Raúl Domínguez García; en el bombo, Jesús Álvaro Navas Romero.

Presentación: Sábado 22 de diciembre en el claustro de Santa María la Real de Nieva a las 19,00 horas.

martes, 18 de diciembre de 2007

ARQUITECTURA POPULAR: REFLEXIONES. Margarita Arroba y Concha Diez-Pastor

La palabra edificio viene de dos vocablos: aede (voz indoeuropea que significa fuego) y facere (del latín hacer) . Esto significa, en esencia, que la humanidad, en casi todos los climas, tuvo como prioridad la de calentarse por lo que, para proteger el fuego, inició el fenómeno de la construcción –sistema que suponía la versión evolucionada de las cuevas o refugios naturales–. Es decir, el objetivo primordial de toda la arquitectura desde la prehistoria es protegerse de las inclemencias del clima.

Antonio Castro Villalba, en su libro Historia de la Construcción Arquitectónica , dice en qué condicio-nes:


El proceso lógico (de ejecución de un edificio) debe contemplar tres condiciones previas que consideraremos en principio de forma muy amplia:
1. En primer lugar se debe pensar en un edificio que sirva, mejor o peor, para el fin propuesto desde el punto de vista de su funcionamiento.
2. En segundo lugar es imprescindible que no se caiga, por lo que hay que tener en cuenta unas normas mínimas de estabilidad, entendiendo como la posibilidad de dar forma física durable al proyecto, al menos durante el tiempo necesario para que se cumplan las funciones previstas para el edificio. Este concepto puede influir poderosamente: parece que la idea de eternidad justificó el extraordinario esfuerzo de las pirámides y las fallas, por ejemplo, se construyen para ser quemadas a los pocos días de su construcción.
3. Por último se debe suponer, como tendencia general, la voluntad de obtener unos determinados resultados estéticos, por remota que a veces nos pueda parecer esta intención.


Lo cual, a grandes rasgos, coincide con lo especificado por Vitrubio: Firmitas, Utilitas, Venustas.

Probablemente, tras un periodo de vida nómada en el que la arquitectura era sobre todo de tipo textil, surgieron los primeros edificios, no planificados y sin un tipo claro, pero con tres características bási-cas, buscadas para obtener su máxima utilidad con respecto al fin propuesto y que constituyen casi la encarnación de la coherencia constructiva :

- Se insertaban en el territorio, tanto desde el punto de vista de la geografía humana como desde el punto de vista fisiográfico, con una naturaleza no excesivamente especializada que favorecía su adaptación al lugar y sus condiciones; es decir, procuraban su máxima integración con el clima para evitar que se perdiera calor en climas fríos y potenciar la evacuación de la máxima cantidad de calor en climas cálidos. Para conseguirlo, se buscaba la mejor orientación –en nuestra latitud, me-diodía – y se utilizaba la técnica del aprovechamiento solar pasivo, conocida ya desde la más remota antigüedad por métodos empíricos, para captar la energía solar o para evacuar el calor captado del sol, según la zona climática.
En general, la arquitectura popular ha respondido siempre a un patrón climático de tipo geográfico, aunque existen algunas excepciones .
- Se empleaban materiales autóctonos, que, en nuestro entorno geográfico, eran made-ra, piedra y arcilla y sus derivados, solos o en combinación.
- Se persigue la economía de medios: se construye con cantidades mínimas y usando materiales y técnicas constructivas sencillas –que requieren escasa maquinaria y personal especializado–, como la mampostería de piedra , el adobe y el tapial, el ladrillo y los entramados de madera con plementería de otros materiales, más abundantes pero de menor calidad, que daban rigidez. De hecho, éste es el método más frecuente de utilización de la madera en la arquitectura popular española, debido a su escasez en nuestro territorio ; además hay que considerar que esta solución de entramado de madera se utilizaba con más frecuencia en las plantas superiores de los edificios, dada su ligereza y que permite disminuir el espesor de los muros.

Este modo de entender la arquitectura, aplicando el sentido común, es el tradicional desde tiempos remotos. Sin embargo, a pesar de que su eficacia está fuera de toda duda, hace ya varios siglos que la clasificación histórica de la arquitectura ha dejado fuera a la “arquitectura popular” y la trata como un subproducto. De hecho, la expresión “arquitectura popular” suele utilizarse de manera ambigua, para designar un tipo de arquitectura no sólo del pueblo, sino “no culta”, lo cual suele tener connota-ciones despectivas implícitas. Por eso parece quizá más apropiado utilizar en su lugar la expresión “arquitectura tradicional”, algo más respetuosa dado que la arquitectura a la que nos referimos se ha venido ocupando de mantener vivas muchas tradiciones que, de otro modo, habrían desaparecido. No en vano, ésta es la expresión empleada por uno de los estudiosos del tema, el arquitecto Leopol-do Torres Balbás, quien entendía la arquitectura tradicional como disciplina colectiva con características esenciales y permanentes aportadas por el pueblo español, lo cual ha originado, como él lo llamó, «el conjunto de maneras de reaccionar nuestra raza respecto a los problemas constructivos» .

Es lo que el también arquitecto Manuel de las Casas bautizó hace veinte años como “arquitectura vernácula” que, según decía, «es la que recoge los tipos constructivos y formales de un pueblo, es la historia formalizada de un modo de entender la vida humana frente al medio, es la más pura expre-sión de un sistema cultural. Precisamente su espontaneidad y su adaptación a las condiciones mate-riales del lugar, al microclima y al asentamiento garantizan que el tipo responda a una forma social y no a formas prestadas de otras culturas» .

El gran estudioso del tema, el arquitecto Carlos Flores , mantiene sin embargo la expresión “arqui-tectura popular” y la defiende, recurriendo para ello a la definición de los términos pueblo y popular, de los que hace un bello elogio. La definición de nuestro diccionario, «pueblo. Gente común y humil-de de una población», como a nosotros, se le queda corta y recurre por ello a la más precisa de la folklorista Natacha Seseña que hila el concepto con el folklore y las raíces más profundas de un con-junto humano, y explica el arte popular como expresión de los elementos comunes a una colectividad, aunque es siempre el individuo el que transforma esa expresión en algo concreto. Ese pueblo que Flores elogia tiene una visión pragmática y realista del mundo, que no simple o superficial, con una herencia de saberes y habilidades que supera su falta de instrucción y contribuye por ello a crear y consolidar una cultura propia .

Lo interesante es que, en todos los casos, se explican esta clase de manifestaciones arquitectónicas recurriendo al legado cultural recibido por un grupo social, entendido como la expresión espontánea de la tradición heredada en la que la falta de conocimientos precisos suele suplirse con ingenio. O como dice Torres Balbás, «(…) el apego a las viejas formas y procedimientos empleados anteriormente, la repugnancia a abandonar las ya asimiladas al acervo nacional, su permanencia a través de épocas y estilos muy diversos» .

Sin embargo, lo que explica el arraigo de la tradición arquitectónica en el caso de España –con una cultura, historia y tradiciones peculiares que condicionan esas reacciones espontáneas– es la in-fluencia que tiene sobre cada individuo y no sólo en el conjunto, lo cual afecta tanto «a su desarrollo como a su obra, a su esencia y a su modo de ser en cada momento histórico» , motivo por el cual la arquitectura, y dentro de ella, la casa, es la respuesta de un grupo social al medio en el que vive.

Llamar sólo arte a todo esto, que es algo muy técnico y preciso, es como negarle parte de su esencia espontánea, por lo que parecería más apropiado denominarlo artesanía arquitectónica. Entre ambos conceptos hay una diferencia esencial: el artista –o “arquitecto profesional”, como lo llama Flores– tiene siempre un claro afán de destacarse sobre el entorno. El artesano no, siempre procura fundirse en él intentando perfeccionar los detalles, hacer las cosas “igual pero mejor”, consciente de que su obra forma parte de un todo que está por encima, con lo que, como dice Flores, pone en práctica el ideal de San Agustín: «Unidad en la variedad». Sin embargo, al mismo tiempo lo que caracteriza esta clase de expresiones es la incapacidad para reproducir un modelo con toda fidelidad, por lo que fren-te a la uniformidad, aparece aquí la singularidad de cada una de las partes dentro del conjunto y, por lo tanto, la viveza y la gracia (figura 1).




Figura 1.- A la izquierda, una vivienda tradicional del norte de Castilla. A la derecha, casa de veraneo, del arquitecto Juan Antonio Coderch.


En un análisis profundo del origen de la arquitectura tradicional no se pueden dejar de lado los factores esenciales que la marcan y a los que se sujeta: las costumbres, los materiales, las técnicas, las necesidades –casi constantes durante siglos–, que le han proporcionado un carácter unitario y cercano que las convierte en partes de un orden superior.

Si bien lo dicho no permite ni clasificar ni sistematizar la arquitectura espontánea, lo cual va en contra de su propia esencia ya que no sigue pautas constantes, sí nos permite obtener unos rasgos genera-les que contribuyen a identificarla y reconocerla. Se trata de una espontaneidad que se manifiesta en el tipo de respuesta, directa e inmediata, a las necesidades y posibilidades del usuario, por un lado, y a los condicionantes –históricos, sociales, económicos, físicos– impuestos por el entorno. Predomina lo práctico y funcional en la construcción –motivo por el cual se emplean los materiales del lugar y, dentro de estos, los que mejor se conocen, ya que la elección impone un sistema de construcción que sigue una tradición con reflejo plástico– y en la distribución. Es decir, se mantienen los prototipos con escasas variaciones, que sólo se producen por razones lógicas y claras, cuando la mejora es evidente. Esto, como no podía ser menos, excluye el exhibicionismo y, al contrario, hace que siempre se sigan criterios marcados por el sentido común. Los medios disponibles suelen ser escasos, con lo cual el ahorro se lleva a veces al extremo y sólo se hacen excepciones en casos de fuerza mayor, por lo que la austeridad y la racionalidad de las soluciones adoptadas marcan el resultado, en el que todo lo que no es imprescindible, sobra. Este hecho ha mantenido la arquitectura tradicional ajena a las ideas urbanas de comodidad y confort superfluo, dado que la funcionalidad suele ponerse siempre por delante en épocas de apuro o estrechez económica.

En definitiva, los problemas, por complejos que sean, tienen siempre respuestas simples que deter-minan a su vez la sencillez constructiva de esta arquitectura rudimentaria y alejada de la tecnología, lo cual le confiere una libertad de acción que se manifiesta en la falta de prejuicios que lleva a buscar las soluciones a los problemas desde el interior al exterior, con lo que los aspectos funcionales predominan sobre los de orden estético y compositivo. Así, se pretende alcanzar soluciones dura-deras, para más de una generación de descendientes, ya que la unidad modular es la familia, que marca los problemas a resolver y las decisiones a tomar. A partir de ella, los conjuntos nacen por agregación, favoreciendo la variedad y la gracia, totalmente opuestas a la monotonía que impone la “arquitectura profesional”.

Es decir, se trata de un fenómeno vital, no de un ejercicio de exhibición por el que se cobran honora-rios: el arquitecto rural lleva su actuación fuera de los límites estrictos de la casa, contando con el ámbito de prolongación de la vivienda en el entorno urbano más inmediato que incluye poyos, bancos, emparrados, chimeneas, soportales o construcciones auxiliares en las que se pone tanto cuidado como en lo demás, en un acto reflejo del sentido común que le indica que se trata de elementos esenciales de transición –o apantallamiento– para la adaptación climática y funcional del edificio. Ello demuestra que no aspira a expresar conceptos universales, ni ideas simbólicas o abs-tractas sino que, más bien, se trata de la expresión de una comunidad y de la idea que dicha comuni-dad adopte o transmita, sin pretender en ningún momento transformar el medio en el que se asienta. Por ello, aunque no sólo , el carácter de las producciones es marcadamente rural. Es un tipo de expresión en el que predominan los valores volumétricos sobre los espaciales, a pesar de la gran contribución de elementos como galerías, patios o soportales, lo cual marca otra de las grandes diferencias entre la arquitectura tradicional y la profesional, ya que ésta se suele decir que es tanto mejor cuanto mayor sea su “riqueza espacial” –o variedad de ambientes que es capaz de generar–. En definitiva, estamos ante una expresión arquitectónica en la que los tipos no responden a un sistema, no es posible averiguar sin posibilidad de error su procedencia puesto que, en la mayoría de los casos, son casuales, producto de influencias indeterminadas o de contaminaciones culturales.

Sin embargo, es posible analizar algunas de las respuestas técnicas que se han dado tradicional-mente a los problemas de los edificios, de tipo constructivo y climático, y que encontramos en la mejor arquitectura, tanto “culta” como “popular”. La más importante y básica de estas respuestas es el aprovechamiento solar pasivo.

Consiste en la acción consciente de búsqueda o huida de la radiación solar, dependiendo de si bus-camos calentar e iluminar nuestros hogares, o necesitamos evitar el excesivo calentamiento y el deslumbramiento. El aprovechamiento pasivo de la energía solar se basa, pues, en técnicas puramente constructivas que permiten al sol entrar en nuestros edificios o, por el contrario, lo evitan. Esto se traduce en tres tipos fundamentales de actuación:

- Acumulación del calor.
- Uso de acristalamientos.
- Apantallamientos.

La acumulación es un proceso basado en dos propiedades de los materiales de construcción, la ca-pacidad calorífica y la inercia térmica. La capacidad calorífica es la que poseen los cuerpos para almacenar calor, mientras que la inercia térmica es la resistencia que presentan frente a las ganancias y pérdidas de calor. Cuanto mayor sea la inercia térmica –o resistencia– de un material, mayor será el desfase y la amortiguación de la onda térmica .

Los materiales de construcción tradicionales, los que encontramos en este tipo de arquitectura, pre-sentan una alta capacidad calorífica y considerable inercia térmica. Actúan captando el calor solar cuando éste se produce en mayor medida y lo acumulan para liberarlo después, en las horas más frías, por lo que funcionan como reguladores térmicos. En climas fríos atemperan las estancias du-rante la noche y en climas cálidos impiden que el soleamiento caliente el interior de los edificios en los momentos en los que la temperatura ambiente es más elevada. Por el contrario, cuando la tem-peratura ambiente es más fresca sueltan el calor acumulado, de modo que logran una estabilidad térmica en el interior, tanto más elevada cuanto mayor sea su masa.

De forma paralela, además de utilizar esta clase de materiales –de alta capacidad calorífica y alta inercia térmica–, tradicionalmente se ha procurado usarlos en elementos con grandes espesores, lo cual mejoraba aún más su comportamiento en todo tipo de climas. El calor acumulado durante el día, que se dispersa por la noche, cuando refresca y hace más frío, supone un gran beneficio en zonas frías y secas.

Esto significa que cuanta más capacidad calorífica y más inercia térmica tenga un edificio, mejor fun-cionará en un clima frío, mientras que en climas cálidos se buscará construir con materiales de mínima capacidad calorífica e inercia térmica. O bien, como la mayor parte de los materiales utilizados en la arquitectura tradicional poseían estas características, se recubrían por fuera con algo que evitase la captación de calor. Se empleaban, sobre todo, recubrimientos de colores claros, razón por la cual el encalado ha proliferado tanto en la zona meridional de la Península , en la que únicamente los zócalos se pintaban con colores oscuros, para evitar la suciedad. En la zona norte, por el contrario, se utilizaban los materiales de construcción dejándolos en su color original , ocasionalmente pintados con pigmentos naturales oscuros o con algún componente añadido para impermeabilizar –betún, estiércol–, solución que también aparece en los zócalos de la arquitectura meridional.

La captación de calor será menor cuanta menos superficie de muro expongamos al exterior. A este respecto, el número de pisos del edificio es importante. Una vivienda de dos plantas, por ejemplo, gastará en calefacción aproximadamente un veinte por ciento menos que una vivienda de una sola planta de la misma superficie; es decir, en climas fríos, cuanto más compacta sea una vivienda, mejor funcionará desde el punto de vista energético, mientras que en climas cálidos las viviendas con mayor superficie al exterior en relación con su volumen son las más adecuadas, sobre todo si disponen de ventilaciones cruzadas que permitan el paso del aire a través del interior.

Como la energía calorífica se generaba con fuego desde la prehistoria, y éste se obtenía por medio de la combustión de materiales –leña y carbón– difíciles de obtener, minorar su necesidad era fundamental. Por ello, en climas fríos se utilizaban otros recursos más asequibles para la generación de calor, como instalar la vivienda en la planta superior del edificio y en la inferior, estabular a los animales, de forma que el calor generado por éstos caldeara la planta alta, lo cual permitía ahorrar energía.

En climas cálidos, sin embargo, encontramos que las zonas habitables de las viviendas se ubican en la planta baja, mientras que sobre ellas se levantaba un segundo piso, muy ventilado –doblado, cá-mara, sobrado–, que tenía la doble misión de permitir el almacenamiento de los productos obtenidos de la explotación agropecuaria, como los cereales o la lana, y evitar que el calor captado llegase a la planta vividera, eliminándolo con la abundante ventilación.

La meseta, muy cálida en verano y muy fría en invierno, ofrece ejemplos de viviendas en los que, quienes podían permitírselo, duplicaban las zonas habitables de las viviendas, instalándose en in-vierno en una planta superior –más aislada del frío y de la humedad del terreno–, y en verano en una inferior, ubicada bajo la zona invernal que, de esta forma, cumplía las funciones del doblado.



Figura 2.- Forma de los techos en climas fríos y cálidos, respectivamente.

La altura de los techos tenía también una explicación funcional: dado que el aire caliente tiende a subir y que lo que los habitantes de la arquitectura tradicional han procurado por todos los medios ha sido calentar o enfriar la zona que habitaban –estancias vivideras–, en los climas fríos se tendía a construir edificios de techos bajos en los que el calor queda más cerca del suelo, mientras en climas cálidos y húmedos –como la zona del Levante español, buena parte de Andalucía y las islas– se elevaban los techos todo lo que la técnica constructiva y la economía permitían. En estas zonas se añadían con frecuencia ventanucos altos, situados en paredes opuestas, que permitían generar una corriente de aire gracias a la cual se expulsaba el calor acumulado en la parte alta de las estancias.

En casi toda la arquitectura tradicional española, dados los rigores del clima, los huecos –ventanas y puertas– suelen ser escasos y de poca entidad, principalmente por motivos constructivos y estructu-rales, pero también para evitar pérdidas de calor, en unos casos y, en otros, el exceso de luz . Esto ha dado lugar a un interesante repertorio de sistemas para tamizarla y protegerse del sol, y a una gran variedad de maneras de colocar los marcos –o carpinterías– que los soportan, y que protegen el interior.

Por ejemplo, la posición de la carpintería –el marco y las piezas de las ventanas– en relación con el espesor del muro es variable, y responde también a motivos importantes. Así, en zonas frías se suele colocar enrasada con la parte externa del muro, favoreciendo el efecto invernadero; y en climas cáli-dos, hacia adentro, para que el dintel de la ventana proporcione sombra en verano y deje entrar el sol en invierno.

En las zonas más cálidas de España, con frecuencia aparecen pequeños tejadillos encima de las ventanas cuando éstas se orientan al sur, que permiten aumentar la cantidad de sombra (figura 3) y evitar así la entrada directa del sol; otras veces, se adosan galerías a la fachada con el mismo objeti-vo. Es evidente que cuando están orientadas al este o al oeste las ventanas no podrían eludir la cap-tación solar con estos artificios, ya que a las horas a las que recibirían luz del sol los rayos son hori-zontales en esas fachadas, por lo que, en esas orientaciones, estos elementos no se prevén –al menos para protección solar– si el proyectista sabe lo que está haciendo. La ventanas expuestas al norte no reciben radiación solar directa, pero ocasionalmente se presentan también en ellas este tipo de elementos, con el objetivo de proteger a los huecos del ataque de la lluvia, no de la introducción de rayos solares.




Figura 3.- Tejadillo sobre una ventana de un edificio andaluz, que aumenta la cantidad de sombra sobre la misma.

La utilización de galerías está muy extendida en la arquitectura tradicional española, pero encontramos dos tipos claramente diferenciados (figura 4). Por un lado, las abiertas que, a modo de estrechos porches, evitan el paso del sol hasta la pared del fondo y, por lo tanto, también su calentamiento, al tiempo que permiten la ventilación, de modo que el aire pasante disperse el calor. Y por otro lado, las galerías acristaladas que vemos en climas habitualmente frescos (Galicia, País Vasco y cornisa Cantábrica), que utilizan el efecto invernadero para evitar que, una vez calentados los muros por el sol, se pierda el calor por transmisión o radiación hacia el exterior. Con ellas, se hace posible la captación de calor a pesar de las diferencias climáticas.




Figura 4.- Galerías abiertas y acristaladas. Funcionamientos dispares en climas diferentes.

Desde tiempos remotos se han usado distintos medios de protección para los acristalamientos, como las contraventanas, las persianas, los fraileros o las persianas de librillo, de las que la tradición pro-porciona diversas e ingeniosas muestras. A lo largo y ancho de la zona continental fría de España es frecuente encontrar contraventanas opacas que complementan la arquitectura tradicional, una zona en la que lo importante es no perder el calor interior de las viviendas, mientras por el contrario apare-cen contraventanas perforadas del tipo de las celosías en zonas más cálidas, donde su presencia permite ventilar el interior de las viviendas e iluminarlo someramente al abrir los cristales, sin que el sol llegue a abrirse camino hacia el interior, con lo que evitan así el exceso de calor y el deslumbramiento. Con las contraventanas opacas es posible oscurecer y evitar pérdidas de calor en las noches invernales, y abrirse a la luz y el calor solar durante el día, aunque en zonas calurosas impiden la ventilación nocturna que sería muy deseable en época estival. Por otra parte, las per-sianas permiten protegerse en todo momento de la intensa luminosidad mediterránea tanto en invierno como en verano. Sin embargo, según sea su posición –interior o exterior-, el efecto que tienen varía.

El clima, la fisiografía y la geografía humana intervienen también en el conjunto urbano. En el caso castellano, dentro del que se encuadra Segovia, la forma de agrupación tradicional característica, única hasta el siglo XVI, es la villa. Se situaba siempre en lugares defendibles, al borde de los ríos, en zonas fértiles, protegida por una fortaleza. El campo, a pesar de las agrupaciones de los chozos de los pastores, estaba casi desierto. Fue a partir del Renacimiento cuando se empezó a poblar –o, según las versiones, a repoblar -.

Las viviendas humildes de las villas tenían un aire señorial en comparación con las de las aldeas, más toscas, de barro, ladrillo o piedra, muros desnudos, sin blanquear, de color terroso, de una sola planta, sin adornos, ni huecos, ni solana . Son las viviendas de las aldeas las que han dado fama de duros a los pueblos de Castilla, con casas sin gracia aparente. Las villas, dice Torres Balbás, eran en cambio lugares dinámicos, con aire de castillo, o de convento, o de santuario, a la vez fortaleza y oa-sis en la estepa castellana, con aire trágico y violento. Quizá por eso sus casas son más alegres, más coloridas.

Aunque su origen suele ser ancestral (íbero o romano), las villas son un producto artificial creado ex profeso para protegerse y poder vivir. Para ello aprovechaban los fosos excavados por los cursos de los ríos, en los lugares en los que dos de ellos se cruzaban, dejando un cerro calizo que constituía una fortaleza natural. Este es el caso de Segovia, entre el Eresma y el Clamores. La parte llana suele cerrarse con una muralla que discurre por lo alto del barranco siguiendo las sinuosidades de las grie-tas hasta el ángulo que forma el cruce de los ríos, con lo que se constituye en una acrópolis de inmejorables condiciones defensivas. Trasladado a Segovia, en el vértice, a modo de castillo de proa, se levanta la fortaleza, el Alcázar (figura 5). Las iglesias de la ciudad solían disponerse adosadas a la muralla, para aportar mayor masa a ésta. El agua era escasa, salvo en los cauces de los ríos, extramuros, en lugares de difícil acceso, y en los poco numerosos aljibes del interior, lo cual suponía el principal problema puesto que el abastecimiento no era fácil .




Figura 5.- De izquierda a derecha, el Alcázar –defensa de la villa-, una calle interior del casco antiguo y la plaza de San Martín, en Segovia.


Intramuros las calles son estrechas y tortuosas, las edificaciones pobres y la arquitectura, adaptada a la topografía, siguiendo los relieves del terreno. Las calles se trazaban según los vientos y la orienta-ción, procurando defenderse de los elementos cuando eran desfavorables. Es decir, del viento en invierno y del sol en verano.

La plaza es el lugar en el que acaban las calles más importantes –si no todas–, el sitio más favorable para el comercio, en el que se celebraban los acontecimientos importantes y se concentraba la gente, y donde las casas eran más altas e importantes, y también más caras .

Surgen las galerías porticadas de las iglesias, características de esta zona, como elemento protegido de las inclemencias del tiempo donde ajustar negocios y celebrar contratos.

Dice Torres Balbás que la moda –habla de los años 30– es imitar lo que ocurre en la capital, utilizando trazados geométricos impersonales, “sometiéndose a ese tipo geométrico que, sin distin-ción de climas ni de países, sin filosofía y sin respeto alguno al carácter histórico, y como a propósito para destruir toda pintoresca perspectiva, se ha constituido como ideal de la belleza y último y absoluto fin de toda mejora” .

Entre la postura de Manuel de las Casas, que proclamaba en 1986 una vuelta a las raíces y a la ar-quitectura vernácula, y la irrespetuosa de la arquitectura moderna, que ni siquiera la tiene en cuenta, llama la atención la de Torres Balbás en 1918, cuando se preguntaba si el apego a la tradición era un factor vital, algo aprovechable por el arquitecto de su tiempo o si, por el contrario, era una tendencia malsana del espíritu de la que convenía librarse cuanto antes. «¿Cultivaremos amorosamente la tra-dición, seguiremos marchando por el camino ya trazado, huiremos de influencias exóticas? O, por el contrario, desprendiéndonos del pasado, ¿abriremos el espíritu a toda nueva tendencia, a todo mo-vimiento moderno, por extraño que sea a nuestra raza y a nuestra tradición?” Al final, concluía que nadie es puro: ‹‹Bajo las formas alienta el espíritu y si aquéllas son extrañas, éste puede ser inten-samente castizo» .

Esto es lo que explica en gran medida el éxito de la arquitectura española del siglo XX, desde la van-guardia de los años veinte y treinta, encabezada por Carlos Arniches, Juan de Zavala y José María Arrillaga, hasta la de la floreciente segunda mitad del siglo, con exponentes como José Luis Fernán-dez del Amo, Antonio Bonet, Ramón Vázquez Molezún, Juan Antonio Coderch o Miguel Fisac y que llega hasta Manuel Gallego o Juan Navarro (figura 6). Se trata de una arquitectura profesional –en palabras de Flores– que, sin embargo, no deja caer los anillos por fijarse en cómo ha resuelto la arquitectura tradicional algunos de los problemas cruciales, antes que echar un vistazo alrededor y tomar nota de cómo lo hacen los colegas de otras latitudes. Y sin duda, corrigiendo cualquier error que los artesanos de la arquitectura hubieran podido cometer, si es que hubo alguno. Se produjo así una de las tradiciones arquitectónicas más fructíferas e interesantes de nuestra historia y de todo el panorama internacional.





Figura 6.- De izquierda a derecha, albergue de carretera de Quintanar (Carlos Arniches), iglesia en Canfranc (Miguel Fisac), pueblo de Vegaviana (José Luis Fernández del Amo) y Plaza de los Faroles de Gévora (Carlos Arniches) en las que la relación entre las raíces cultu-rales y la arquitectura moderna es evidente.

miércoles, 12 de diciembre de 2007

Los intrumentos de Zamarrón

lunes, 10 de diciembre de 2007

Conferencia de Pablo Zamarrón sobre los instrumentos de la música tradicional




El folclorista Pablo Zamarrón ofreció una verdadera lección magistral el pasado día 3 de diciembre para el Aula Abierta de Folklore del Campus de Santa Cruz la Real. Zamarrón mostró a los asistentes alrededor de cien instrumentos de diversas procedencias, especialmente españolas, pero sin desdeñar lugares tan exóticos como Nepal, por ejemplo. Entre ellos había cordófonos de varios tipos, como tambors de cuerdas, cítaras rusas rabeles o zanfonas, por nombrar solo los más llamativos. Entre los muchísimos instrumentos de vientos que enseñó había algunas trompas copias de ejemplos prerromanos manufacturadas en arcilla, así como añafiles o heraldos. Zamarrón demostró asimismo la gran riqueza que existe de instrumentos de percusión, desde los más sencillos (pero cuya interpretación se puede complicar sobremanrea) hasta los más sofisticados, dentro de la tradición popular.

El interés de la presentación del folclorista segoviano radicó en el conocimiento que de cada instrumento iba demostrando, al tocar breves melodías o marcando ejemplos rítmicos en cada uno de ellos, así como las explicaciones que dio sobre los orígenes y usos tradicionales. Zamarrón tocoó varios temas que interesan a la folclorística contemporánea; hizo ver al público que las funciones de los instrumentos no se centraban tan solo en amenizar fiestas y de servir de soporte a danzas; también servían como instrumentos de comunicación, como por ejemplo efectuar llamadas o emitir mensajes codificados musicalmente; existen también ciertos instrumentos de función iniciática para ritos de paso, de función mágica o religiosa. Otros de los aspectos que señaló fue el papel de los músicos populares en el proceso de transmisión y diseminación de la música popular y la forma de interpretar la música en cada región, a veces utilizando dos instrumentos a la vez. Interesante fueron sus palabras sobre el proceso de recuperación de las tradiciones y de los artefactos que las sustentan en varias partes de España.

Pablo Zamarrón, folclorista empeñado en que no se pierda la memoria que sirve de marco a las comunidades frente a un mundo cada vez más globalizado, lleva una docena de años haciendo demostraciones de música popular por centros educativos. Muchos de los instrumentos que nos muestran son obra de artesanos del pueblo hechos expresamente para él, mientras que otras son piezas recogidas de familias que ya no encontraban uso en ellos y sabiamente restauradas para que sigan cumpliendo su función.

miércoles, 5 de diciembre de 2007

Joaquín Díaz rastrea el folclore español en el suroeste de Estados Unidos

http://www.abc.es/20071205/castilla-leon-castilla-leon/joaquin-diaz-rastrea-folclore_200712050245.html